miércoles, 25 de junio de 2008

Pelícano - Mercado - Barrios Altos, Teresa cabrera.

yaces
como un príncipe desgarbado
desnucado
sobre un resto de quincha
y el ojo del pez te recorre
buscándose sorprendido
entre el desconocido laberinto y la sanguaza

agitado ojo que en mi sueño de horror
repta submarino
y se reclama sus costuras, sus escamas
su lámina de criatura entre tus restos
(movimiento indescifrable del cardumen)

si abrieras un ojo verías de nuevo el mar
costra en el remate romo de las rejas
gangrena en el pie de las carretas
retenidas en el limo
chapas, cascaritas,
peludas pepas de mango
plumas sin aliño ni concierto
en la vereda del mercado

el rastro leve de agua florida
se ha perdido para siempre
entre bidones hirvientes de cebada
hilos de linaza
carcoma anidando en los balcones
jaulas
jabas de fruta
donde aguardan contenidos
los gajos relucientes y jugosos de mi amor,
que no reparte ni prospera

si abrieras un ojo de repente verías lo que yo,
que en mi sueño soy la ciudad y me suavizo
porque el mar me desgrana sin tregua

pero estás bien muerto
y te suavizas también
y un ojo vengativo de pescado te recorre
y ningún pudor nos corresponde.










Cementerio - Nueva Esperanza, Teresa Cabrera.

aún podía verse que las piedras fueron repasadas
con la tosca brocha que barrió la tierra de los túmulos
pálidos colores para honrar esta carne
impedida para el gallinazo,
que ciego ronda los cercos
con su vuelo insidioso,
a la usanza de su ancestro

hasta donde el cerro se desloma llevó el deudo a un arpista
para que tiña con su oficio
el viento correspondiente a su difunta
y al redil de mosquitos en el agua de las flores

de todos los nombres aquí escritos
ninguno es ya mano de mujer
o su aroma de lejía
que limpie la sal de la frente
y traiga el tazón de café,
o varón que deje halo, caricia que alcance y envuelva
como un paño, sin pausa, sin freno,
para nadie

nada de lo que hacemos perdura más que quien nos ama
pero la vibración que parte de la caja del arpa sobrevive
y acude al sueño de los incrédulos
atraviesa el polvillo de cemento,
la ciudad,
la cáscara infame del alacrán
y es la nota feble, la más amarga
la que persigue y recuerda
que para los que hacen los mandados
están siempre el cerro y el deslome:
lo mismo en muerte que lo que hubo en vida.











Los anhelos, Teresa Cabrera.

desmenuza con paciencia la neblina
tras la corona de humedad distinguirás los cerros
las avenidas titilando
los trastos en los techos
la cabeza del caño sujetada con cordones
los cargadores y sus fajas de costalillo
la boca de monstruo del pez
el reflejo incierto de la calamina
inundando este trajín

pero nunca verás completa la ciudad

el sueño te releva de esa angustia
te convierte en leve pompa de jabón
que antes de caer aterrada entre casquijos
se despierta,
pensando en los anhelos:
sea amor, sea emoliente
el calor en lima nadie fía.









RELOJES DE CUARZO Y DE UNTAR
[LOS ANIMALES MUERTOS SIEMPRE VAN DESCALZOS
DESPUÉS DE LOS ACCIDENTES DE TRÁNSITO], Arianna Castañeda.


Por la migración de los humores
es que estoy metido en este espanto
este espanto de correa de muerto
afilando por mis huesos

Voy rociando sustancias extrañas
sobre los más débiles

timerosal

Algunas veces solamente
se puede conseguir
en los mercados
algunas onzas de

láudano de corea

Y si apetezco de la noche
entro sin tocar
cada vez en puerta
un poco más extraña
como auténtico y maligno:

Ragman
Chumscrubber
Boogie man

Afilando mi esmeril,
llegando a puerto extremo
salir a pastar con los
adorables pollos
de esta jungla
de una sola calle.

Blog: http://www.animalsano.blogspot.com/








Nocturno, Iván Segura.

Extremo norte del barrio sur,
la vieja casona casi al centro.
Su construcción se incluye

en una manzana
que viene de lejos,
luego de cruzar

el canal de los museos,
aunque las aguas se congelen
y las nieves cubran

el Puente de la Estrella.
En la pista blanca se acumulan
tabernas rodeadas

por jardines inmarcesibles
que se tolera sin poder creer,
hasta cruzar la gran plaza,

sin temor a hacerse respetar,
con paso decidido.
En Domingo de Feria,

quien no estrena,
sí tiene las manos para
buscar una cortísima unidad

de medida que convierta
a los inmóviles signos
de los cementerios

en un espacio contiguo
a las casas de la colina,
en el que se deja una flor

luego de regresarse
para no morir
de dolor

sino vivir
mientras la puerta
se abre

y las manos abiertas
se juntan mostrando
algo a punto de saltar.